Ya os he dicho varias veces que la maternidad es como una carrera de obstáculos. Por muy bien que vayan las cosas, no siempre es fácil. Hay días agotadores, cansados, de bajón… Pero, como se suele decir en estos casos, siempre compensa. Aunque no es un camino de rosas y (al menos, para mí) hay situaciones que te dejan en shock, ser madre es genial. Pero cuando las cosas se tuercen, y lo que más quieres está en peligro, todo se vuelve gris y doloroso. Ahora que sabemos que todo está bien, os voy a contar dos experiencias recientes que me han hecho reflexionar mucho.
Una analítica dudosa
Durante una mini escapada con el peque, tuvimos que regresar a casa a mitad del fin de semana porque detectamos que le habían salido unas manchitas rojas en la piel del cuello y pecho. Son las llamadas petequias. Las petequias pueden no ser nada grave, pero también pueden ser un indicador de enfermedades complejas, como la mononucleosis infecciosa. En cualquier caso, siempre hay que acudir lo antes posible a que un doctor valore la situación. Tras una larga jornada de pruebas (analítica de orina, sangre y placas) nos marchamos a casa con un diagnóstico positivo: era un simple catarro y la propia tos había hecho que, del esfuerzo, aparecieran las manchitas.
Sin embargo, al visitar a su pediatra días después y mostrarle la analítica que le hicieron en el hospital, nos comentó que el hígado del peque aparecía inflamado. Podría ser del propio virus, pero era mejor repetir la analítica para descartar cualquier otra cosa. Tengo que decir que la pediatra el peque es muy razonable, no manda pruebas “porque sí” y no es nada propensa a recetarle medicamentos a la más mínima. Así que aquello me dejo bastante preocupada.
Aunque la idea era repetir la analítica al cabo de unos meses, aprovechamos las vacaciones de Navidad para hacerla. Tras unos días, los resultados eran aún peores. La doctora nos comunicó por teléfono que los valor del hígado eran aún más altos. En ese momento la cabeza va a mil por hora y te falta hasta el aire. ¿Pero, qué tiene? Difícil de saber… Seguramente no será nada, nos dijo. A esas alturas ya había comprobado que no tenía hepatitis y estaba a la espera de resultados de intolerancia al gluten (algo poco probable en mi opinión viendo como le sienta). Cuando confirmó que no era celíaco, nos dio hora para una analítica y cita para explorarlo.
Esa semana se nos hizo eterna y cuesta arriba. El no saber si podía tener algo grave me recomía por dentro. Intentaba no pensar, no ponerme a buscar como una loca por internet… Fuimos a la exploración y tras palparlo, el hígado parecía normal. Nos dijo que seguramente era aún efecto del catarro, del propio virus, pero yo lo veía todo negro. A los pocos días le hicimos la analítica y al día siguiente ya nos dio los resultados: valores normales. Pensé que me desmayaba. Que flojera. El alivio que sentí en ese instante… No lo puedo ni explicar. Capítulo cerrado.
Carreras hacia urgencias
Siempre he pensado que cualquier día nos podía pasar el tener que salir corriendo hacia urgencias. M. es muy movido, se sube por todos los sitios, tropieza, cae, lo toca todo… Sí, como muchos niños, pero cuando ves “lo que podría haber pasado” piensas: cualquier día, corriendo al hospital.
Pues ese día llegó el pasado viernes pero por otros motivos. Durante la siesta empezó a toser mucho y se despertó. Lloraba y tosía sin parar, sin poder respirar. Le costaba coger aire, se ponía cada vez más nervioso (y yo también) y no le pasaba. Le dimos agua, parecía que iba a vomitar… Le preguntamos si se había tragado alguna cosa y nos decía que sí, con muchas dificultades. El sí o no de un niño de dos años no es muy fiable. Revisé que no tuviera ningún peligro a su alcance durante la siesta y que todo estuviera en su sitio. Como la situación no mejoraba, nos fuimos al hospital a toda prisa.
El centro, que es donde él nació, está a unos 10 minutos en coche. 10 minutos que se me hicieron eternos. Por el camino parecía que iba mejor, aunque no podía coger aire del todo y apenas podía hablar. Entré por la puerta grande, casi a gritos diciendo que se me ahogaba el crío (debían pensar que estaba loca, porque él en ese momento estaba bastante bien). Nos atendieron enseguida, primero una enfermera en triaje y luego directos al box. Ya la enfermera me dijo que la saturación del pequeño era correcta, que no parecía que tuviera problemas para respirar y que podía ser una laringitis. ¿Perdona? Hace dos horas estaba fantástico, que venga un médico, pensé yo.
En el box exploraron al peque, que ya casi respiraba con normalidad, y nos confirmaron el diagnóstico: laringitis agua. Estaba flipando. Resulta que es bastante común que en mitad de la noche o durante la siesta una laringitis que estaba latente haga acto de presencia. La laringe está inflamada, les viene la tos, no pueden coger aire, parece que se ahogan… Al rato mejoran notablemente y todo queda en un susto (¡y menudo susto!). Algo que les viene muy bien en estos casos es un soplo de aire frío. Por ejemplo, si salen a la calle, a la ventana o incluso nos dijeron ponerlos en la puerta del congelador. Por eso, seguramente, al bajar del coche y respirar aire frío, mejoró tan rápido.
Sea como sea, todo está bien y eso es lo que importa. Pero estos dos sucesos me han hecho reflexionar. Son muchas las familias que están pasando o han pasado momentos realmente malos (lo nuestro no dejan de ser anécdotas) y tiene que ser durísimo. Ver como lo que más quieres está en peligro… duele muchísimo y no se lo deseo a nadie. Desde aquí, mucho ánimo a todos esos pequeños luchadores y a sus seres queridos.
Ay… Qué sustos…
La verdad es que asusta muchísimo y si eres como yo que a veces te pones en lo peor…
Me alegro de que al final no fuera nada.
Besitos mil
Se pasa fatal… Y aunque siempre intentas ser positiva, hay días que se ve todo muy negro. Muchas gracias por los ánimos y tu comentario. Muchos besitos!