Desde el silencio del salón de mi casa (algo casi milagroso de conseguir) hoy escribo un post de esos que ojalá no tuviera que hacer. Porque odio tener que escribir sobre cosas malas o desagradables, por muy normales que sean, por mucho que sucedan en otras casas. Hoy vengo a hablaros de algo que me desquicia bastante: los terribles tres años.
Seguramente habéis escuchado hablar de “los terribles…” + la edad que sea. Es la primera adolescencia de los niños, una etapa en la que empiezan a tener su carácter, a mostrar su disconformidad con algunas cosas (o con todas las cosas) y a rebelarse contra el pequeño mundo que les rodea. Y eso también incluye a los padres.
Los primeros “terribles” suelen a ser a los 2 años. Yo me libré de los terribles 2. M. siempre ha sido un niño bueno, que se portaba genial, podías llevar a todos lados. Pero hemos entrado en una nueva etapa, complicadísima. Los terribles 3 años han llegado pisando fuerte para sacarnos de quicio a todos.
NO
No sabría explicar exactamente cuándo empezaron los terribles tres años, pero lo que sí puedo contaros es que el protagonista de esta etapa es el NO. No quiero vestirme, no quiero salir a la calle, no quiero volver de la calle, no quiero dormir… NO, NO y NO. Al principio se lleva bien, pero poco a poco la cosa se complica porque llegan las rabietas, los gritos, los enfados…
A esta edad, los niños son como una bomba… cualquier comentario o acción puede hacer que se ponga en marcha la cuenta atrás y estallen en cualquier momento. En cualquier lugar.
Es una etapa verdaderamente difícil, y los comentarios de la gente (como siempre) no ayudan demasiado. “Se te está subiendo a la chepa”, “te toma el pelo”, “tiene que aprender a comportarse”, “no cedas”… y mil frases hechas más.
Pues bien, aunque soy la primera que se desespera, no se trata de ceder o no, de ser más o menos estricto, no es un comportamiento deseable (ni para los padres ni para ellos) pero ahí está, y hay que afrontarlo con calma y tranquilidad.
Círculo vicioso
Lo que peor llevo de esta etapa es que es un círculo vicioso. El niño estalla en cólera, monta un pollo (a veces no sabemos ni el motivo), nosotros nos enfadamos, levantamos la voz, él se enfada más… y entramos en una espiral de voces, enfado y malos humos que, no solo no solucionan nada, si no que complican bastante que el niño se calme.
Dicen los gurús de la crianza respetuosa (mis preferidos son Alberto Soler y Míriam Tirado) que lo primero que debemos hacer es controlarnos nosotros e intentar comprender las emociones de los pequeños. Para ellos, los terribles tres años tampoco son fáciles, ya que suelen tener una mezcla de sentimientos encontrados y ni siquiera ellos mismos saben lo qué les pasa. Pensándolo bien, debe ser complicado pasar de la risa al llanto en cuestión de segundos y vuelta a empezar, así que es normal que no sepan gestionar sus propias emociones.
Así, lo ideal es mantener la calma, no entrar en el círculo vicioso de discutir y batallar con ellos y tener muuuuucha paciencia. ¿Fácil no? Para nada. Es bastante complicado. Pero como hay que pasar por ello, lo mejor es armarse de paciencia y serenidad para que vuestra casa no se convierta en un campo de batalla.
Estoy preparando un post con algunas ideas para gestionar mejor esas rabietas; unos trucos que nosotros ponemos en práctica cuando eso ocurre, es decir, a diario.
Me sentí demasiado identificada