Antes de tener a mi mini trol, cuando iba paseando por la calle y veía a una mamá empujando el cochecito del bebé, pensaba: qué alegría, qué fácil, qué ganas de estar en esa situación… Y ahora, cuando voy con el peque por el mundo (quién dice mundo, dice mi pueblo) pienso: ¿quién ha subido el termostato a 35º? ¿Y por qué la gente no recoge las cacas de perro? ¿Quién es el lumbreras que diseñó aceras de medio metro? Sí. Ser madre es muy bonito pero a veces es muy complicado. Nos lo ponen complicado, mejor dicho, haciendo que la maternidad sea algo parecido a una carrera de obstáculos.
Bares y restaurantes, no aptos para todos los públicos
No es que yo sea mucho de ir de cañas y comer fuera cada día, pero os aseguro, que cuando salimos por ahí a tomar algo, vuelvo soltando sapos y culebras por la boca. En primer lugar, entiendo que el señor/a restaurador/a quiera sacar el máximo provecho de su espacio, pero poner las mesas separadas por 3 milímetros no invita a entrar a nadie al local. ¡Imaginaos si encima vamos con carrito! Y ahora que el peque ya se sienta en la mesa, encima tengo que aguantar el careto de: ¡traen carro y encima quieren trona! Que pocas veces hemos ido a comer a un sitio pensado para familias… Estoy cansada de sitios minúsculos y de no tener en cuenta que vamos con un niño. Somos dos y el niño: mesa para dos. Es que el niño come, oiga, y encima hay que dejar una distancia prudencial de 60 centímetros entre él y cualquier objeto afilado o de cristal. Deme una mesa de 6, mejor…
En segundo lugar, está el tema de los cambiadores. Un cambiador es una superficie abatible que se coloca en la pared y, cerrada, no ocupa más de un palmo. No cuesta tanto poner uno, en serio. En estos 26 meses he tenido que cambiar al niño en el carro (algunas veces al lado de la propia mesa, porque el carro no cabía en el baño dejando un aroma a Eau de Mierdé de alucine); en la encimera del lavabo (comodísimo) e incluso en los propios sofás del bar.
Y por último, está el tema de los menús infantiles que ya os comenté hace poco y sobre el que no me voy a extender más.
Gente incívica
Señores (y señoras) que sacan a pasear a sus queridas mascotas, hagan el favor de recoger las cacas después de cada deposición, que me estoy cansando de llevarme sus boñigas a mi casa. ¿Está claro? No hablo de una o dos, hablo de mucha caca suelta en las aceras. Multas de 300 euros ponía yo a los dueños, veríais como se acabarían las aceras con tropezones.
Otro tema que me enerva es el de ceder el paso. No es que yo crea que soy la reina del mambo por ir con mi carrito con el churumbel dentro, pero debería haber un código circulatorio implícito que facilitara un poco la vida a las mamis y papis. Si yo voy por la acera y me dispongo a bajar por la rampa, no entiendo porque se aglomeran en ella decenas de personas que pueden flexionar la rodilla y descender por el bordillo. Sin ni siquiera mirar, ni ceder el paso, ni tener en cuenta que igual esa rampa está ahí para personas con carrito, por ejemplo.
Un día íbamos paseando por una acera muy estrecha y una chica se bajó para cedernos el paso (algo que yo hago a diario si voy sola, y no sólo a personas con carro de bebés, también a otras personas, casi por inercia y educación). Pues bien, al cruzarnos nos berreó en el oído: “de nada ehhh”. ¿Es necesario ir de perdonavidas? Desde aquí, querida anónima que te bajaste de la acera aquel día, gracias.
De paseo y recados
En nuestro día a día, hasta ahora, han predominado mucho los paseos y los recados. Pues bien, os diré que no entiendo porque las aceras de (al menos) mi pueblo son tan estrechas. Ya me tengo la ruta aprendida y paso por las calles más anchas, claro, pero como un día se me ocurra improvisar: me quedo atascada entre el bordillo y un árbol; o tengo que bajar una rueda a la calzada y hacer malabarismos para no escalabrar el niño; o simplemente, me tengo que dar la vuelta porque no tengo opción de pasar.
Lo mismo me ocurre en algunos locales, donde las puertas se abren de forma traicionera para que necesites sujetarlas con el culo mientras haces un giro de 360º con el carro, a modo de coreografía, para poder entrar.
Y no quiero olvidarme de las rampas, también llamadas toboganes de la muerte. En serio, para poner según que rampas, mejor no poner nada. Inclinaciones bestiales por las que es imposible bajar sin morir en el intento. Igual os parezco una exagerada, pero todas estas mismas situaciones se las encuentran a diario personas que van en sillas de ruedas, personas mayores, gente con muletas… Y eso no es para tomárselo a broma.
¿Y vosotros, cómo lleváis este tema? ¿Alguna sugerencia que añadir?