Si pensáis que la preadolescencia de los niños se sitúa cerca de los 10 años, estáis muy equivocados. Como madre de uno de 3 años, os aseguro que tenemos en casa un preadolescente, un niño que es el más feliz del mundo y al minuto, está enfadadísimo ¡y ni siquiera sabe(mos) el motivo! Como os contaba al hablaros de los terribles 3 años, la etapa de las rabietas y conflictos ha llegado a casa. Y parece que para quedarse. Por eso en este post quiero contaros cómo gestionar las rabietas de los niños.
No voy a engañaros. Esta etapa es horrorosa. No sé cuánto durará (ya he leído por ahí que sigue a los 4, 5, 6…) pero ya que ha llegado, lo mejor es llevarla lo mejor posible. ¿Cómo? Bien, cada uno tienes sus trucos y opciones para gestionar las rabietas de los niños. Hoy os cuento las nuestras.
- Analizar la situación: ¿vale la pena la discusión? Esto es lo primero que yo me planteo. Cuando salta la chispa que enciende el cabreo en mi hijo, me pregunto si vale la pena que entre a una batalla (de la que uno de los dos saldrá mal parado – sea por el enfado, el disgusto o por no salirse con la suya). Si es una pelea absurda, cedo. Si no, busco una alternativa o intento negociar.
Por ejemplo. Si me monta un pollo porque no quiere ponerse la camiseta que he elegido… valoro los pros y los contras. ¿Puede ir con la que él ha elegido esta mañana (aunque no combine nada de nada con los pantalones que lleva? Sí. Pues adelante. Lo mismo si no quiere comer alguna cosa, si no quiere ponerse la chaqueta…. Al final la naturaleza hace su trabajo.
Si hace un frío horroroso y quiere salir en manga corta, la cabezonería le durará poco y en cuestión de minutos os pedirá abrigarse. Haced la prueba. En cambio, si me monta un número porque quiere jugar con algo peligroso, hacer algo con lo que pueda hacerse daño él o a otras personas, entonces hay que buscar otra opción.
- Desviar la atención. Es un truquillo que a veces no funciona, pero merece la pena intentarlo…. Lo que yo hago es tratar de sacar un tema de conversación que le haga concentrarse en él, que le haga pensar e inicie una nueva conversación (y se olvide de aquello que tanto le ha enfadado). Podéis preguntarle por el cole, por cómo se lo pasó en la fiesta de cumpleaños de su amiguita, por su juguete preferido, por qué quiere hacer el fin de semana… cualquier cosa sirve.
- Negociar. Si se encabezona con algo y no quiere ceder… toca negociar. Hay que ser bastante sutil, ya que los niños no son tontos. Y además, cuando están cabreados tampoco atienden a ceder demasiado. Negociar no es amenazar (eso viene en el siguiente punto). Negociar tampoco es exactamente chantajear; es intentar que haga alguna cosa mostrándole una recompensa o algo que le haga ilusión. Siempre en positivo. “Cuando terminemos de vestirnos, acabaremos el puzzle que te gusta”; “Cuando termine este capítulo de dibujos saldremos al parque”, etc.
- Amenazar / castigar. Es realmente la peor de las opciones, pero tengo que reconocer que amenazar fue durante una temporada el pan de cada día en casa (afortunadamente, no castigamos). Reconozco que a veces la paciencia se acaba, y recurrimos sin darnos casi cuenta a la amenaza. Desde tirar los juguetes, hasta no verás la tele, no harás esto o no harás aquello. No es que os recomiende esta opción, si no todo lo contrario (no, no amenacéis a vuestros hijos) pero siendo sincera, en casa se hace aunque estamos tratando de poner remedio.
Son varios los problemas de la amenaza. Para empezar, que te autoimpones un castigo. “No irás al parque”. Muy bien, eso significa todos en casa (un niño enfadado todo el día encerrado en casa no es una gran idea). Segundo: hay que cumplirlo y no siempre es fácil. Y tercero, al principio puede surgir efecto, pero con el tiempo…. ni eso funciona. Y tampoco hace que la rabieta de ese momento se pasa, así que no, no es una buena opción. Por ese motivo, en casa, estamos aplicando (además de los trucos anteriores) otras técnicas que os cuento más adelante.
Por cierto, hay cosas con las que ni amenazamos ni nombramos (la comida – no se usa como premio ni castigo-; el colegio (no podemos decirles, “como no te portes bien, al colegio” ni nada parecido…. Y, por supuesto, tampoco le levantamos la mano… (no, tampoco un cachete flojito en el culo).
- Tabla de recompensas. Estamos en una fase muy embrionaria del proceso y por ahora os puedo decir que hemos elaborado una tabla con aquellos comportamientos que más le cuestan a M. (vestirse, no gritar, lavarse las manos al llegar a casa). Si los hace, colocamos una pegatina y cuando completamos todas las casillas, hay un premio simbólico (parque, elegir un libro, etc.). Pronto os contaré en un post más sobre esta idea y sus resultados.
- Aplicar la disciplina positiva. Hace poco estuvimos en una charla / taller sobre disciplina positiva impartido por una amiga, Eva, Directora del Centro de Psicología Tandem donde aprendimos algunas cuestiones sobre este tipo de doctrina.La disciplina positiva es muy complicada de explicar brevemente, pero puedo deciros que se basa en promover actitudes positivas hacia los niños para que aprendan a tener buenas conductas, siempre desde el respeto y entendiendo sus emociones y sentimientos. Es decir, se trata de educar con unos valores, límites y reglas pero a través de un discursos respetuoso y empático. Bien merece un artículo aparte, pero os mostraré un par de ejemplos (que salieron en el taller) para que veáis por donde van los tiros. Si vuestro hijo de tres años se pone a dar saltos en el sofá, en vez de decirle “Baja de ahí ahora mismo que te vas a caer / Te digo que te bajes / Siempre estás portándote mal, baja ahora mismo” (esto es lo que diría yo), podemos decirle “El sofá es para sentarte, si quieres saltar, hazlo en el suelo”. Como veis hay bastante diferencia, aunque no siempre es fácil tener la calma y paciencia suficiente para cambiar el chip a la hora de comunicarnos con nuestros hijos. Yo por mi parte me he propuesto intentarlo, os iré contando los resultados ;).
¿Qué hacéis vosotros cuando vuestros hijos se enfadan y montan un cirio? ¿Cómo gestionáis sus rabietas?